24 AL 26 DE MARZO 2026

Esta guía comparativa explica qué es el reciclaje mecánico y el reciclaje químico, cómo funcionan, qué materiales admiten, la calidad del producto reciclado, los costos y la huella ambiental de cada proceso, y cuándo conviene elegir cada ruta para cumplir objetivos de economía circular.

El reciclaje de plásticos está entrando en una nueva fase: ya no se trata solo de “reciclar más”, sino de elegir la tecnología correcta para cada flujo de residuos. Mientras el reciclaje mecánico sigue siendo la columna vertebral de la recuperación de PET, PE y PP en América Latina, el reciclaje químico gana terreno como alternativa para empaques complejos, films sucios y mezclas que hoy terminan en rellenos o incineración. 

Para las empresas industriales y de envase y embalaje, entender las diferencias reales entre ambas rutas ya no es un tema técnico de nicho, sino una decisión estratégica que impacta costos, huella de carbono y cumplimiento regulatorio. 

¿Qué es el reciclaje mecánico?

El reciclaje mecánico de plásticos es el método convencional para reprocesar residuos plásticos sin alterar su estructura química. Consiste en una serie de operaciones físicas para convertir los desechos en materia prima utilizable nuevamente. 

Actualmente, más del 90% del plástico reciclado en el mundo se procesa mediante reciclaje mecánico, dado que la infraestructura existe en la mayoría de comunidades. A grandes rasgos, el plástico se recolecta, separa por tipo, se limpia y se funde para darle nueva forma.

Proceso en breve: clasificación, lavado, trituración, extrusión/peletizado

En el reciclaje mecánico típico, los residuos pasan por varios pasos sucesivos:

  • Clasificación: se separan los plásticos por tipo de polímero y a veces por color (PET transparente, PE, PP, etc.) para lograr lotes homogéneos. Esto evita mezclar materiales incompatibles y facilita obtener reciclados de mejor calidad.
  • Trituración o molienda: los plásticos segregados se cortan en fragmentos más pequeños, normalmente mediante cuchillas rotativas, obteniendo hojuelas o escamas de pocos milímetros.
  • Lavado y secado: las escamas se lavan con agua (y detergentes si hace falta) para eliminar suciedad, etiquetas, restos de alimentos u otros contaminantes. Luego se secan completamente para evitar humedad en etapas posteriores.
  • Extrusión y peletizado: el plástico limpio y seco se funde en una extrusora (un barril calentado con un tornillo sinfín) y se filtra para remover impurezas remanentes. Finalmente, se enfría y corta en pellets o granza – pequeñas perlas o cilindros de plástico reciclado. Estos pellets se emplean como materia prima en la fabricación de nuevos productos.

Este proceso mecánico es relativamente sencillo y de menor costo energético en comparación con otros métodos. Tras el peletizado, el material reciclado puede transformarse de nuevo en productos moldeados, fibras o láminas. Sin embargo, su eficacia depende de la pureza y calidad del flujo de residuos: requiere insumos relativamente limpios y separados por tipo para producir un reciclado útil.

Materiales típicos y límites: PET, PE, PP, contaminantes, colores y multicapas

El reciclaje mecánico funciona bien con ciertos plásticos comunes. Por ejemplo, las botellas de PET (tereftalato de polietileno) son ampliamente recicladas mecánicamente; de hecho, el PET de botellas transparentes recuperado en esquemas de depósito puede convertirse de nuevo en envases similares. También poliolefinas como polietileno (PEAD de envases de detergente, PEBD de films) y polipropileno (PP de tapas y vasos) se reciclan mecánicamente en productos de menor exigencia (tuberías, recipientes no alimentarios, fibras, etc.). Sin embargo, el proceso tiene límites claros. 

Diferentes polímeros no se pueden mezclar: “Distintos tipos de plásticos no se mezclan […] y las propiedades del material [resultante] son muy pobres” advirtió la química Elizabeth Gillies. Por esta razón, si plásticos heterogéneos se funden juntos, se obtiene un material frágil e inutilizable. Asimismo, muchos productos plásticos son combinaciones o compuestos (multicapas, laminados con aluminio, mezclas con fibras) que son prácticamente imposibles de separar en la cadena mecánica convencional.

Otra limitación son los contaminantes y aditivos. El reciclaje mecánico no elimina completamente tintes, pigmentos ni residuos orgánicos. El plástico reciclado suele salir de color oscuro (gris o negro) si se procesan mezclas de colores, y puede retener olores del uso original (por ejemplo, envases de alimentos con aroma persistente). 

Estos defectos estéticos y sensoriales dificultan reutilizar el material en aplicaciones de alto valor. De hecho, la mayoría del plástico reciclado mecánicamente se destina a productos de calidad inferior (proceso conocido como downcycling o subciclado) en comparación con su primer uso. Por ejemplo, envases alimentarios posconsumo suelen reciclarse en mobiliario urbano o fibras textiles en lugar de volver a envases, debido a posibles impurezas y normas sanitarias.

En síntesis, el reciclaje mecánico es ideal para flujos limpios y monomaterial (p. ej., PET transparente, HDPE natural de envases de leche) y ofrece la ruta más económica y ambientalmente eficiente para reciclar plásticos comunes. Pero enfrenta barreras con plásticos contaminados, mezclados o técnicamente degradados: después de varios ciclos mecánicos, las cadenas poliméricas se acortan y las propiedades se deterioran:, limitando cuántas veces se puede reciclar un plástico antes de volverse inutilizable (típicamente 2–3 veces). Estas restricciones abren paso a otras tecnologías complementarias cuando el método mecánico ya no es viable.

¿Qué es el reciclaje químico?

El reciclaje químico (también llamado reciclaje avanzado o molecular) abarca métodos tecnológicos que descomponen químicamente los polímeros para convertir los residuos plásticos en sustancias más básicas. En vez de solo moler y fundir el material (como en el reciclaje mecánico), aquí se alteran los enlaces químicos de los polímeros para revertirlos a monómeros u otros compuestos petroquímicos utilizables como materia prima. Dicho de otro modo, el plástico se “química” hasta sus componentes originales, permitiendo potencialmente fabricar plásticos nuevos con calidad equivalente a virgen. 

Es un conjunto de tecnologías emergentes que busca complementar al reciclaje convencional en la búsqueda de la circularidad. Sin embargo, la dificultad radica en lograr que estos procesos químicos sean sostenibles y rentables a escala industrial, ya que suelen ser más complejos, costosos y energéticamente intensivos.

Tecnologías clave: pirólisis, gasificación, solvolisis/despolimerización

Existen varias rutas de reciclaje químico, según el tipo de reacción empleada:

  • Pirólisis: es la tecnología más extendida de reciclaje químico. Consiste en calentar los plásticos a altas temperaturas (400–800°C) en ausencia de oxígeno, provocando la ruptura de las largas moléculas en fragmentos más pequeños. El resultado es un aceite de pirólisis (a veces denominado naphtha sintética o “crudo plástico”) junto con gases combustibles (H2, metano, etc.) y un residuo sólido carbonoso (char). El aceite resultante se puede refinar y utilizar como materia prima para producir de nuevo monómeros (etileno, propileno, etc.) o combustibles. La pirólisis es adecuada para corrientes mezcladas de residuos plásticos, especialmente poliolefinas (PE, PP) y materiales multicapa o contaminados que no pueden reciclarse mecánicamente.
  • Gasificación: lleva el proceso un paso más allá, oxidando parcialmente los residuos plásticos a >800°C en presencia controlada de oxígeno o vapor. Se genera un gas de síntesis (syngas, mezcla de CO + H2) en lugar de aceite líquido. Este syngas puede usarse para sintetizar combustibles (p. ej., metanol) o crear nuevos productos químicos básicos. La gasificación puede procesar residuos muy heterogéneos e incluso contaminados (incluyendo mezclas con biomasa), pero es menos utilizada para plásticos específicos por su alto requerimiento energético.
  • Solvolisis / despolimerización: se refiere a diversos procesos químicos (no térmicos) que rompen polímeros usando reactivos o catalizadores específicos. Incluye métodos como la hidrólisis, glicólisis, metanólisis, entre otros, según el polímero objetivo. Por ejemplo, para el PET se han desarrollado procesos de metanólisis que lo descomponen en sus monómeros originales (ácido tereftálico y glicol) para volver a sintetizar PET virgen. Otro caso es el poliestireno (PS), que mediante depolimerización térmica o con disolventes puede convertir residuos de unicel (EPS) en estireno monómero puro, listo para fabricar plástico nuevo. La solvolisis tiende a ser muy específica de cada polímero y requiere insumos relativamente puros (por ejemplo, solo PET o solo Nylon), pero produce directamente monómeros reutilizables.

Adicionalmente, hay métodos catalíticos o incluso enzimáticos en investigación para ciertos polímeros, pero los principales enfoques industriales del reciclaje químico son los anteriores. 

Feedstocks y casos de uso: films sucios, mezclas, multicapas, EPS/PS

¿Qué residuos “difíciles” justifican recurrir al reciclaje químico? Principalmente aquellos que el reciclaje mecánico no puede manejar de forma sostenible. Un ejemplo son las películas flexibles multicapa y otros empaques mixtos (snacks, congelados, golosinas): combinan múltiples láminas de diferentes plásticos (PE, PP, PET metalizado, adhesivos) que no se pueden separar económicamente. 

Estas terminan en su mayoría en basura o incineración. La pirólisis puede procesar dichas mezclas y convertirlas en aceite combustible, recuperando parte de su valor en lugar de desecharlas. De igual forma, los plásticos sucios o contaminados (p. ej., envases con restos orgánicos que serían muy costosos de lavar) pueden aprovecharse vía reciclaje químico, ya que los procesos térmicos destruyen los contaminantes durante la conversión en gas/aceite.

Otro caso claro es el poliestireno expandido (EPS), común en embalajes y vajilla desechable. El EPS es voluminoso (95% aire) y económicamente inviable de recolectar y reciclar mecánicamente en la mayoría de lugares. En cambio, empresas especializadas emplean tecnologías de depolimerización para convertir EPS usado en estireno líquido con alta pureza (≥99.8%); este monómero luego se repolimeriza en nuevo poliestireno, incluso apto para aplicaciones de grado alimentario. 

De hecho, ya en 2023 compañías en Europa reportaron la primera producción comercial de estireno reciclado a partir de residuos posconsumo de PS, integrándolo en plantas petroquímicas existentes. Esto demuestra cómo el reciclaje químico puede abordar materiales problemáticos (como espuma de unicel) y reincorporarlos a la economía circular en forma de resina virgen-equivalente. En general, el reciclaje químico es conveniente para:

  • Residuos plásticos complejos o mixtos: flujos donde vienen mezclados varios tipos de plásticos o con impurezas (ej. basura plástica municipal sin separar) que no se pueden reciclar mecánicamente de forma eficiente.
  • Polímeros con altos requisitos de pureza en su segunda vida: aplicaciones que demandan calidad virgen (p. ej., empaques alimentarios, médicos). El reciclaje químico “reinicia” el material a nivel molecular, eliminando color, olores y contaminantes, por lo que el producto final puede cumplir estándares como contacto con alimentos.
  • Casos de upcycling: cuando se busca obtener productos químicos de mayor valor a partir de residuos plásticos de bajo valor. Por ejemplo, obtener compuestos químicos puros (como cera, lubricantes especiales o materias primas petroquímicas) desde plásticos mixtos a través de conversión térmica.

Eso sí, el reciclaje químico no es una varita mágica: presenta también limitaciones (que veremos más adelante en costos y energía) y no pretende reemplazar al reciclaje mecánico, sino complementarlo. Como señaló la industria, ambas rutas tienen su rol y “el reciclaje químico llena vacíos críticos dejados por las limitaciones del mecánico”.

Calidad del material resultante

Un punto clave al comparar reciclaje mecánico vs. químico es la calidad y pureza del material reciclado que se obtiene, especialmente de cara a usos exigentes como envases de alimentos. Aquí las diferencias son marcadas:

Propiedad mecánica y grado alimentario: rPET vs. aceites/polímeros vírgenes-equivalentes

En el reciclaje mecánico, las propiedades del polímero tienden a degradarse con cada ciclo. Por ejemplo, el rPET (PET reciclado mecánicamente) suele tener peso molecular más bajo y puede requerir la adición de material virgen o aditivos para aplicaciones exigentes. Solo en condiciones muy controladas se logra que el rPET alcance calidad alimentaria: por normativa, en la Unión Europea se autorizan ciertos procesos de reciclaje mecánico “ultraclean” para PET postconsumo, donde la materia prima proviene mayormente de botellas de bebida preseleccionadas. 

Aun así, incluso ese rPET de alta pureza enfrenta limitaciones: no es adecuado para empaques flexibles u otros polímeros, y muchas aplicaciones alimentarias (como envases de lácteos o películas de PP/PE) no pueden usar plástico reciclado mecánicamente por riesgo de contaminación. 

En cambio, el reciclaje químico puede entregar material con características prácticamente idénticas a las del polímero virgen. Al romper el plástico hasta monómeros o hidrocarburos básicos y sintetizar de nuevo el polímero, se obtienen resinas “como nuevas”. Estudios indican que el plástico reciclado químicamente tiene un rendimiento y pureza equiparables al fabricado de petroquímicos vírgenes, lo que lo hace apto incluso para aplicaciones sensibles (alimentos, fármacos, uso médico) sin comprometer la seguridad.

Un ejemplo concreto viene de Brasil: el regulador ANVISA reconoció recientemente que la ruta de reciclaje químico por pirólisis produce insumos tan puros como los originales. Según Braskem, esta agencia “ratifica que el proceso de reciclado químico por pirólisis […] genera moléculas indistinguibles de las de origen fósil y con pureza adecuada para contacto con alimentos. Esto significa que el plástico obtenido vía química puede usarse en envases alimentarios sin necesitar autorizaciones especiales, al ser químicamente equivalente al virgen. En la práctica, empresas petroquímicas ya están fabricando poliolefinas circulares (PE, PP) con contenido reciclado químicamente y certificadas grado alimentario, algo inviable con reciclado mecánico en poliolefinas postconsumo actuales.

En cuanto a propiedades mecánicas, el plástico reciclado químicamente (por ejemplo, PE o PP obtenido de aceite de pirólisis) no tiene la degradación acumulada que sí exhibe un reciclado mecánico. Cada vez que un plástico se recicla mecánicamente, puede perder resistencia, elasticidad o claridad óptica. En cambio, al re-sintetizar el polímero desde cero, el material químicamente reciclado vuelve a su perfil original de desempeño. 

Por ello, se habla de reciclabilidad “infinita” teórica vía química: en la medida en que se puedan reconvertir polímeros a monómeros y reensamblarlos, el plástico podría reciclarse muchas veces sin perder calidad. Sin embargo, esto depende de procesos eficientes y económicos que aún se están desarrollando.

Estabilidad de color, olores y trazabilidad de contenido reciclado

Otra diferencia práctica está en la estética y pureza sensorial del material reciclado. El reciclaje mecánico arrastra impurezas no poliméricas: colorantes, estabilizantes y contaminantes orgánicos pueden permanecer en el plástico. Es común que el pellet reciclado mecánicamente tenga un color grisáceo o marrón indefinido (a menos que el residuo inicial se haya separado por colores claros). También se documentan problemas de olor: polímeros como el polipropileno y polietileno postconsumo tienden a retener olores a comida u otras sustancias porque durante su vida útil absorbieron compuestos volátiles que no siempre se eliminan con el lavado. 

Esto puede ser un obstáculo para reutilizar el plástico en envases nuevos o bienes de consumo, donde se requiere neutralidad de olor. En contraste, el reciclaje químico rompe las moléculas hasta un punto en que se eliminan completamente los pigmentos y compuestos orgánicos residuales. Los monómeros o aceites obtenidos son generalmente incoloros (o se refinan hasta serlo) y no conservan “memoria olfativa” del residuo original. Por ende, el plástico reprocesado químicamente puede ser coloreado de cualquier tono deseado como si fuera virgen, y no presenta olores extraños.

En términos de trazabilidad del contenido reciclado, surge un desafío interesante. Con el reciclaje mecánico, es físicamente evidente la presencia de material reciclado: uno puede rastrear cuántos kilos de pellet reciclado entraron a fabricar cierto lote de producto. En el reciclaje químico, especialmente bajo esquemas industriales integrados, el aceite o gas reciclado se suele mezclar con materia prima fósil en un proceso continuo (por ejemplo, en un cracker petroquímico). 

El polímero resultante es indistinguible molecularmente, así que ¿cómo saber cuánto proviene de residuo reciclado? Para eso se emplean esquemas de certificación por balance de masa. Programas como ISCC Plus (International Sustainability & Carbon Certification) permiten verificar que “la proporción de material sostenible declarada en un producto corresponde a la cantidad de material sostenible realmente utilizada en la producción” (concepto de balance de masa). 

Es decir, auditan cuánto insumo reciclado entró en la planta y certifican que equivalentes porcentajes salieron asignados a productos finales. Aunque este mecanismo agrega complejidad administrativa, es crucial para dar transparencia y credibilidad a las declaraciones de contenido reciclado químicamente en empaques y otros bienes. 

En regiones como Europa, ya se exige que las empresas demuestren el contenido reciclado (ej. para impuestos verdes o cumplimientos de cuota) mediante estos sistemas de trazabilidad, y el balance de masa se ha vuelto la solución práctica para incluir reciclaje químico en la contabilidad circular.

Costos y escalabilidad

Comparar los costos de reciclaje mecánico vs. químico es complejo porque dependen de escala, ubicación y tecnología específica. No obstante, en general el reciclaje mecánico es mucho más económico y probado a escala comercial, mientras que el reciclaje químico requiere inversiones mayores y aún busca lograr competitividad. A continuación, analizamos tanto la inversión de capital (CAPEX) y operación (OPEX) como la eficiencia y factores económicos que influyen en cada ruta.

CAPEX/OPEX y punto de equilibrio: plantas mecánicas vs. químicas

El reciclaje mecánico tiene la ventaja de apoyarse en equipos relativamente simples (cintas de clasificación, molinos, lavadoras, extrusoras). Una planta de tamaño mediano para reciclar PET o poliolefinas puede montarse con unos pocos millones de dólares en equipos. Por el contrario, las plantas de reciclaje químico –en especial las de conversión térmica– son proyectos de orden mucho mayor. Por ejemplo, se estima que construir una planta de pirólisis de escala comercial (unas decenas de miles de toneladas al año) cuesta alrededor de 200 millones de dólares. 

Esta diferencia de uno a dos órdenes de magnitud en inversión inicial marca una barrera: pocas empresas tienen el capital para implementar reciclaje químico sin alianzas o subsidios. Además, los proyectos químicos suelen requerir más tiempo de ingeniería, permisos ambientales estrictos y aseguramiento de suministro continuo de residuos para ser viables.

En cuanto a costos operativos, el panorama también favorece al reciclaje mecánico. Procesar una tonelada de plástico mecánicamente (incluyendo recolección, clasificación y peletizado) puede costar en total del orden de USD $300–$700, según un análisis norteamericano, mientras que la ruta química tiende a ser más costosa por su consumo energético y etapas adicionales. La pirólisis, por ejemplo, requiere calefacción a alta temperatura, sistemas de condensación, tratamiento de gases y a veces hidrogenación de los aceites, lo que implica un gasto energético elevado y reactivos adicionales. 

Un informe resumió que hoy “el reciclaje químico incurre en costos considerablemente más altos comparado con el mecánico”, tanto porque la materia prima procesable es más cara (residuos complejos que no pueden aprovecharse de otra forma) como por la falta de infraestructura optimizada que eleva los costos logísticos.

El punto de equilibrio o rentabilidad de cada modelo depende en gran medida del precio de la resina virgen y de incentivos externos. El reciclaje mecánico, al ser más barato, puede ser rentable siempre que el material reciclado se venda a un precio competitivo respecto al virgen. Por ejemplo, se calcula que una planta mecánica típica necesita vender su pellet reciclado a alrededor de $500 por tonelada para lograr un retorno razonable.

Esto suele cumplirse cuando los precios del plástico virgen (ligados al petróleo) están altos o cuando existe demanda de clientes dispuestos a pagar ligeramente más por material reciclado por razones ESG. En cambio, el reciclaje químico hoy por hoy tiende a ser más caro que la producción virgen. Un análisis de mercado indica que, sin apoyo, las resinas derivadas de pirólisis pueden costar bastante más que las vírgenes equivalentes. 

Por tanto, para alcanzar el punto de equilibrio, las plantas químicas a menudo necesitan: 1) subsidios o incentivos (por ejemplo, créditos por reciclaje o impuestos al plástico virgen); 2) ingresos por coproductos (algunos procesos venden combustible o cera obtenida, o cobran por recibir residuos – “tipping fees”); o 3) economías de escala muy grandes para diluir costos fijos. En resumen, en 2025 el reciclaje químico aún se encuentra en búsqueda de viabilidad financiera plena, mientras que el mecánico es una opción más económica y de rápida implementación en la mayoría de los países.

Rendimientos, mermas y sensibilidad a precio de resina virgen

Otro aspecto económico-técnico es el rendimiento de cada proceso: ¿qué porcentaje del peso inicial de residuos se convierte en producto útil reciclado? En reciclaje mecánico, hay pérdidas en cada etapa: residuos muy contaminados pueden perder 15–30% de masa solo en la fase de lavado (etiquetas, suciedad, humedad). En general, de 1 tonelada de plásticos colectados, quizá ~70% termine como pellet utilizable, luego de remover impurezas y descartes. En reciclaje químico, las mermas también existen y a veces son mayores. La pirólisis típicamente convierte alrededor de 50–75% del peso en aceite líquido, mientras el resto se consume como gas combustible para energía del proceso o queda como residuo sólido (char). 

Ese char contiene rellenos, negros de humo y otras cargas no convertidas, y suele enviarse a coprocesamiento (ej. en cemento) o disposición final. Es decir, no todo el carbono de los residuos plásticos vuelve a plástico: una fracción se pierde en el proceso químico, lo que disminuye la eficiencia material.

La sensibilidad al precio del plástico virgen es crítica en ambos métodos, pero especialmente en el químico. Si el precio del petróleo y de las resinas vírgenes baja, los recicladores mecánicos pueden ver sus márgenes reducidos o volverse no competitivos, ya que su producto reciclado compite directamente con material nuevo más barato. Esto ha ocurrido en ciclos donde el barril de crudo cayó abruptamente: de pronto, fabricar plástico virgen costaba tan poco que el reciclado (más caro de producir) quedó fuera del mercado sin apoyo gubernamental. 

En el caso del reciclaje químico, la situación es aún más delicada: sus costos son más altos, de modo que si el polietileno o polipropileno virgen están baratos, producirlos vía aceite de pirólisis no tendrá sentido económico a menos que medien regulaciones (por ejemplo, mandatos de contenido reciclado) o primas verdes. 

Por ahora, la expansión de estas plantas químicas suele justificarse por compromisos ambientales de grandes corporaciones o perspectivas de regulación futura, más que por rentabilidad intrínseca. Como indicó un analista: “sí, el reciclaje químico es más caro que el virgen. El mecánico es de menor costo”, al menos con la tecnología y precios actuales. A largo plazo, esto podría cambiar si aumentan los precios de carbono, impuestos al plástico no reciclado, o si avances técnicos abaratan significativamente los procesos químicos.

Energía, emisiones y sostenibilidad

Desde la perspectiva ambiental, ambos tipos de reciclaje buscan reducir la huella ecológica de los plásticos, pero difieren en impacto energético y de emisiones de carbono. La jerarquía de residuos recomienda priorizar las opciones con menor carga ambiental, y en ese sentido el reciclaje mecánico suele tener ventaja. Sin embargo, para residuos que de otro modo serían incinerados o vertidos, el reciclaje químico puede ofrecer un beneficio neto. Aquí comparamos consumo energético y emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) de cada ruta, teniendo en cuenta estudios de análisis de ciclo de vida (LCA).

Consumo energético y huella de carbono por ruta

El reciclaje mecánico es notablemente eficiente en energía si se compara con producir plástico virgen. Fundir y reformar plástico existente consume mucha menos energía que extraer petróleo, refinarlo y polimerizarlo desde cero. Diversos estudios señalan que el reciclaje mecánico puede reducir las emisiones de CO2 en un ~80–90% frente a la producción virgen equivalente. Por ejemplo, reciclar 1 tonelada de plástico mecánicamente evita la emisión de alrededor de 1.5–3 toneladas de CO2 que se generarían al producir esa tonelada de plástico nuevo (dato 2020–2023, según diferentes análisis). 

En cambio, el reciclaje químico es más intensivo energéticamente, lo que se traduce en una huella de carbono mayor que la del mecánico, aunque aún puede ser mejor que otras alternativas como la incineración. Un estudio publicado en 2021 comparó pirólisis vs. reciclaje mecánico y encontró que sus potenciales de calentamiento global (GWP) eran prácticamente equiparables (es decir, emitirían cantidades similares de CO2 por tonelada reciclada). 

Asimismo, determinó que utilizar plástico reciclado químicamente ahorra ~2.3 toneladas de CO2 por tonelada de polímero, en comparación a producir esa misma tonelada de polímero virgen a partir de crudo. Esto sugiere que, aunque el proceso químico consume más energía, de todas formas evita las grandes emisiones asociadas a la producción petroquímica tradicional.

No obstante, las cifras de emisiones del reciclaje químico varían ampliamente según la fuente de energía utilizada y la eficiencia del proceso. Si la energía necesaria proviene de combustibles fósiles, la huella de carbono empeora; pero si se alimenta con electricidad renovable, el panorama mejora notablemente. Por ejemplo, en reciclaje de poliestireno vía depolimerización, un análisis independiente halló que usar un reactor eléctrico con energía renovable puede reducir las emisiones en un 86% respecto a la producción fósil de estireno. 

En cambio, usando la red eléctrica convencional, la reducción sería menor (~46%). Estos datos enfatizan que el reciclaje químico tiene un margen de mejora ligado a la descarbonización de las fuentes energéticas. Además, ciertos procesos químicos pueden generar emisiones fugitivas o subproductos que se deben controlar: por ejemplo, la pirólisis mal manejada podría emitir compuestos orgánicos volátiles, y la gasificación podría liberar CO o metano si hay fugas. Un punto importante es que varios países aún clasifican a las plantas de reciclaje químico dentro de instalaciones de tratamiento térmico, sujetas a regulaciones similares a incineradores en cuanto a control de emisiones tóxicas (HCl, dioxinas, NOx). Los operadores deben invertir en sistemas de depuración de gases para garantizar que esas emisiones estén dentro de límites seguros:

En síntesis, desde el prisma climático: **reciclaje mecánico** es la opción preferible siempre que sea posible, por su bajo consumo energético y mínimo CO2 (representa un “circuito corto” de vuelta al uso). **Reciclaje químico** conlleva mayor energía, pero aún así puede aportar reducciones de emisiones significativas comparado con no reciclar en absoluto. Ambos son mucho más favorables que el recurso final de **incinerar** residuos plásticos (con recuperación energética), el cual emite cerca de 2.7 toneladas de CO2 por tonelada de plástico quemado. 

En palabras de un reporte reciente, “mientras más corto el ciclo circular, menor la huella de carbono del sistema” (McKinsey, 2025), subrayando que reutilizar o reciclar mecánicamente con menos pasos es ideal; pero para flujos donde eso no es viable, reciclar químicamente es mejor que desechar.

Impacto de la logística, lavado y pretratamiento en el LCA

Al evaluar la sostenibilidad de reciclar plásticos, no solo cuenta el proceso central (mecánico o químico) sino también todo lo que ocurre antes y después. La logística de recolección y transporte de residuos influye en la ecuación ambiental. Si hay que transportar plásticos de postconsumo largas distancias hasta una planta de reciclaje (sea mecánica o química), las emisiones de ese transporte pueden restar parte del beneficio. En el caso del reciclaje mecánico, a menudo se pueden implementar plantas a nivel regional o local (por ejemplo, fábricas de reciclaje de PET en cada país), lo que reduce distancias. 

En cambio, las plantas de reciclaje químico tienden a requerir escala grande para ser rentables, y podrían centralizarse a nivel nacional o suprarregional, implicando viajes más largos de los residuos en camiones. Un análisis del ciclo de vida debe contemplar esas emisiones de transporte, especialmente para residuos de baja densidad como films o espumas.

El pretratamiento de los residuos también tiene impacto. El reciclaje mecánico requiere clasificar y lavar los plásticos, lo cual conlleva consumo de agua y químicos (detergentes, sosa cáustica) y genera aguas residuales que deben tratarse. Aunque este gasto ambiental es moderado comparado con la fabricación virgen, es un factor: por ejemplo, lavar 1 tonelada de plásticos puede consumir varios metros cúbicos de agua si no se recircula adecuadamente. 

En reciclaje químico, dependiendo de la tecnología, puede requerirse menos lavado estricto (pues el proceso acepta cierta suciedad). Sin embargo, normalmente sí se realiza al menos un paso de shredding (triturado) y eliminación de metales o vidrio, y secado del plástico (para evitar agua en la pirólisis). Todos esos pasos previos consumen energía. En particular, remover cloro es fundamental: plásticos como PVC o ciertos envases pueden generar ácido clorhídrico en pirólisis, dañando equipos y formando dioxinas, por lo que se procura excluirlos o pretratarlos (esto agrega complejidad logística).

Finalmente, los subproductos y residuos posteriores importan en la sostenibilidad. El reciclaje mecánico genera rechazos (fracciones no reciclables que van a vertedero o incineración) y el reciclaje químico produce residuos (char sólido, aguas de proceso contaminadas, etc.). Si esos subproductos se disponen de forma inadecuada, podrían disminuir el beneficio ambiental. Un estudio europeo resaltó que los resultados ambientales son muy sensibles a supuestos como la localización de la planta, la matriz energética y la calidad del reciclado obtenido. 

Por ejemplo, si el aceite de pirólisis obtenido tiene impurezas y solo se aprovecha como combustible (quemándose), el beneficio climático es mucho menor que si se logra procesar en nuevos plásticos. De igual modo, si una planta química usa electricidad de carbón, su huella será peor que si usa renovables. 

Regulación y certificaciones

El marco regulatorio juega un rol crucial en la adopción de una u otra tecnología de reciclaje. Las leyes y normas pueden incentivar (o desalentar) cierto tipo de reciclado mediante objetivos obligatorios, estándares de calidad y esquemas de responsabilidad extendida al productor. Asimismo, las certificaciones aseguran que el material reciclado cumpla con requisitos (por ejemplo, aptitud para alimentos o metodologías de cálculo de contenido reciclado). Revisemos dos ámbitos principales: 1) la regulación sanitaria y de estándares (especialmente para uso alimentario) y 2) políticas de economía circular que influyen en la viabilidad de reciclaje mecánico vs. químico, incluyendo sistemas de certificación tipo balance de masa.

Requisitos para contacto con alimentos y esquemas de balance de masas

De acuerdo con ANVISA (Brasil), “el proceso de reciclado químico por pirólisis, que genera moléculas indistinguibles de las de origen fósil y con pureza adecuada para el contacto con alimentos, puede utilizarse sin necesidad de autorización específica ni reglamentación adicional” (Braskem, 2023, URL).

Esta declaración de la autoridad brasileña de salud (ANVISA) en 2023 marca un precedente: reconoce formalmente que los productos de reciclaje químico pueden ser tan seguros como los vírgenes en aplicaciones de comida. De manera similar, la Unión Europea ha ido trazando regulaciones. Actualmente, la EFSA (Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria) evalúa caso por caso los procesos de reciclaje mecánico de PET para contacto alimentario, exigiendo que provengan de flujos posconsumo donde ≤5% del contenido haya sido usado en aplicaciones no alimentarias (para limitar contaminantes). 

Pero para reciclaje químico, la UE señala que si el monómero recuperado es puro, el polímero resultante se considera equivalente al virgen, por lo que tiende a no requerir nuevas aprobaciones más allá de la certificación de que el proceso elimina impurezas peligrosas. Esto alinea con lo que ANVISA aclaró: si pirólisis produce un “aceite” que al entrar al cracker petroquímico da monómeros idénticos a petroquímicos, entonces no hay barrera para usar esos monómeros en envases de alimentos.

En otras palabras, la regulación de grado alimentario está avanzando para incluir al reciclaje químico como fuente válida de plástico apto para contacto con comida, equiparándolo al material virgen. Países como Estados Unidos, a través de la FDA, también emiten “cartas de no objeción” para materiales reciclados en alimentos: tradicionalmente muchas para PET mecánico, y recientemente se esperan para resinas de reciclaje avanzado una vez demuestren su pureza. 

Esto es importante porque las marcas globales tienen compromisos de incorporar cierto porcentaje de plástico reciclado en empaques de alimentos para 2025–2030, y las cantidades de rPET disponible no bastarán; se necesitará de reciclaje químico de PP, PE y otros para alcanzar esas metas.

Por su lado, el tema del balance de masas ya lo introdujimos: es un mecanismo contable certificado para asignar contenido reciclado cuando físicamente se mezcla con material virgen en la producción. Muchas normativas comienzan a reconocer este esquema. Por ejemplo, en la Unión Europea se discute permitir que el “contenido reciclado” obligatorio en ciertos productos (como el 30% en botellas para 2030) pueda cumplirse vía insumos de reciclaje químico con balance de masas. 

En el Reino Unido, el impuesto a envases plásticos (Plastic Packaging Tax) de £200 por tonelada aplica a plástico con menos de 30% reciclado, pero actualmente solo reconoce reciclaje mecánico; diversos actores piden que se acepte también el certificado de reciclaje químico en masa para incentivar su adopción.. 

En América Latina, iniciativas de certificación como la de ISCC Plus han comenzado a usarse: Braskem, por ejemplo, tiene varias plantas en Brasil certificadas ISCC Plus para poder vender polietilenos “circular” mezclando materia prima reciclada química con fósil. Esta certificación garantiza que, si Braskem declara 10% de contenido reciclado en cierto lote de resina, es porque ese porcentaje de insumo reciclado se alimentó al proceso (aunque distribuido). Sin tales sistemas, sería inviable comercializar polímeros de reciclaje químico como reciclados, ya que una vez integrados químicamente son indistinguibles.

En resumen, en el frente regulatorio sanitario, se está abriendo la puerta para que el reciclaje químico provea material grado alimentario, algo crucial para la circularidad total de envases. Y en el frente de certificación y estándares, el balance de masas se consolida como la herramienta para contabilizar e incentivar la incorporación de reciclado avanzado en la economía. Para los fabricantes, esto implica que podrán cumplir objetivos de contenido reciclado no solo con rPET, sino con otras resinas provenientes de aceite pirolítico certificado, ampliando el espectro de materiales circulares disponibles.

EPR/reciclabilidad: cómo las normativas incentivan cada tecnología

La Responsabilidad Extendida del Productor (EPR) 

Algunas normativas ya consideran explícitamente al reciclaje químico. En la UE, el nuevo reglamento de envases propuesto (Packaging and Packaging Waste Regulation) plantea contabilizar dentro de los objetivos cualquier plástico que se recicle “de plástico a plástico”, incluyendo avanzado, pero excluyendo la conversión a combustibles. 

En varias jurisdicciones de EE.UU., se han aprobado leyes que re-definen las plantas de reciclaje químico como instalaciones de manufactura en vez de tratamiento de residuos, para facilitar su permiso y excluirlas de la categoría de incineración – con el argumento de que si convierten residuos en nuevos plásticos, deben ser consideradas reciclaje. Hasta 2023, más de 20 estados estadounidenses han hecho estos cambios legislativos, incentivando inversión privada en proyectos de pirólisis y similares Esto muestra un impulso regulatorio para dar cabida a la tecnología química como complemento.

Otra vía de influencia son las normas de ecodiseño y reciclabilidad. Por ejemplo, la UE plantea que para que un envase de plástico se considere “reciclable” en el mercado, debe poder recuperarse y reciclarse a escala. Si el reciclaje químico escala lo suficiente, envases hoy no reciclables (multicapas, pigmentados) podrían entrar en esa categoría gracias a la opción química. Sin embargo, existe debate: organizaciones ambientalistas sostienen que solo se debería llamar reciclaje a procesos que retornan material a aplicaciones equivalentes, y que la pirólisis usada para combustibles es una falsa solución. 

Por ello, muchas normativas diferencian entre reciclaje “para materiales” y recuperación “para energía”. En general, las políticas tienden a favorecer el reciclaje mecánico para materiales sencillos y penalizar usos problemáticos (p. ej., tasas eco-moduladas más altas a empaques multimaterial), pero simultáneamente financian I+D en reciclaje avanzado para los residuos que no tienen otra salida. Un claro ejemplo es la alianza público-privada “Circular Plastics Fund” en la UE, que destina millones de euros a proyectos de reciclaje químico para complementar la capacidad mecánica existente.

En Latinoamérica, aún prevalece el reciclaje mecánico tradicional (en parte por la economía informal de recicladores urbanos), pero países como Brasil y Argentina están explorando plantas de reciclaje químico piloto, y las leyes de plásticos (p. ej. prohibiciones de ciertos descartables) están creando un entorno donde cada vez más material deberá ser reciclado de algún modo. 

Es previsible que, conforme se endurezcan las metas de recuperació́n (50%, 60%…) y se extiendan a más tipos de plásticos, las empresas locales también consideren alianzas para tecnologías avanzadas. En definitiva, las normas están trazando un camino donde **mecánico y químico no compiten sino se complementan**: lo “fácil” se recicla mecánicamente, y lo “difícil” se aborda químicamente, de modo de maximizar la recuperación total y minimizar la fracción de residuos plásticos que termina en disposición final o incineración.

¿Cuándo conviene cada uno?

Tanto el reciclaje mecánico como el químico tienen campos de aplicación óptimos. La elección depende de las características del residuo plástico a reciclar, los objetivos de calidad del material reciclado y las condiciones económicas y ambientales del proyecto. En esta sección resumimos escenarios típicos donde conviene optar por reciclaje mecánico versus aquellos donde la ruta química ofrece más ventajas.

Mecánico: flujos limpios, monomaterial, costos bajos, rápida implementación

El reciclaje mecánico es la primera opción a considerar en la mayoría de los casos, siguiendo la lógica de la jerarquía de residuos. Conviene usar reciclaje mecánico cuando:

  • Se dispone de un flujo relativamente limpio y separado por tipo de plástico. Por ejemplo, botellas PET transparentes de posconsumo (especialmente con sistemas de depósito), envases de HDPE de leche o shampoo bien acopiados, y en general residuos post-industriales (recortes de fábrica) que son puros. Estos materiales pueden reciclarse mecánicamente con alto rendimiento y generar pellet de calidad aceptable para muchos usos.
  • El objetivo es minimizar costos y rápido escalamiento. Montar operaciones de reciclaje mecánico es más económico y sencillo que una planta química. Si una empresa o municipio necesita una solución inmediata para cumplir metas de reciclaje, invertir en equipos mecánicos (trituradores, extrusoras) ofrece resultados tangibles en meses, mientras que un proyecto químico podría tardar años en desarrollo.
  • Se prioriza la eficiencia energética y de carbono. Para alcanzar metas ESG de reducción de emisiones, el reciclaje mecánico aporta mayor ahorro de CO2 por tonelada (como vimos, hasta ~90% menos emisiones vs. material virgen). Por ello, cuando el residuo es reciclable mecánicamente, esta ruta maximiza el beneficio ambiental con el menor consumo energético.
  • Se busca cumplir con normativas de reciclaje inmediato. Muchas leyes (p. ej., porcentajes de reciclaje en envases para 2025) pueden alcanzarse ampliando la capacidad mecánica existente, sin esperar a tecnologías nuevas. Por ende, empresas optan por ampliar líneas mecánicas para PET, PE, PP hoy, y dejan la incursión en químico para una segunda etapa.
  • El producto final admite material reciclado de calidad inferior. Si la aplicación no requiere propiedades perfectas (ej.: fabricar tuberías corrugadas, pallets, perchas, cajones de plástico), entonces el reciclado mecánico –más barato– es adecuado. No tiene sentido gastar en reciclaje químico para obtener plástico virgen si el uso final tolera un material rústico.

En resumen, la regla es “mecánico primero” siempre que el residuo lo permita y las exigencias del reciclado no superen las capacidades de esta tecnología. Es la forma más económica, ecológica y disponible de reciclar, ideal para flujos homogéneos y escenarios donde se necesitan soluciones probadas a corto plazo.

Químico: complejos/contaminados, metas altas de contenido reciclado, calidad cercana a virgen

El reciclaje químico entra en juego cuando el mecánico se queda corto. Situaciones donde conviene considerar el camino químico:

  • Residuos muy complejos o contaminados que de otra forma terminarían en la basura. Esto incluye empaques flexibles multicapa (snacks, sopas, golosinas), plásticos mezclados con tierra o restos orgánicos (envases de comida muy sucios), y materiales compuestos (ej. bolsas laminadas con aluminio). Si la alternativa sería incinerarlos o exportarlos como desecho, el reciclaje químico puede recuperar parte valiosa y a la vez ayudar a cumplir objetivos de reducción de residuos en vertederos.
  • Metas corporativas o regulatorias altas de contenido reciclado que abarcan polímeros más allá del PET. Muchas empresas han prometido 30% o más de material reciclado en todos sus envases para 2025–2030. Para PET es posible con mecánico, pero para lograrlo en poliolefinas (PE, PP) –donde el reciclado mecánico alimentario es limitado– será necesario incorporar material vía ruta química. En estos casos, el reciclaje químico permite obtener PE y PP “circulares” aptos para empaque de alimentos, ayudando a alcanzar esos porcentajes comprometidos.
  • Aplicaciones que demandan calidad cercana a virgen sí o sí. Por ejemplo, autopartes de seguridad, componentes electrónicos, dispositivos médicos: productos que requieren polímeros con propiedades mecánicas y pureza muy altas. Si se desea introducir contenido reciclado en ellos (por responsabilidad social o regulaciones), probablemente deba provenir de reciclaje avanzado, ya que el pellet mecánico convencional no cumpliría especificaciones. De hecho, industrias como la automotriz están explorando usar aceite de pirólisis como insumo en plásticos técnicos (PA, ABS) para obtener reciclado sin merma en desempeño.
  • Cuando existe capacidad de inversión a largo plazo y búsqueda de innovación. Empresas petroquímicas y grandes convertidores que tengan el capital y la visión de futuro, pueden apostar por instalaciones de reciclaje químico para posicionarse como líderes en circularidad. Aunque hoy sea más costoso, anticipan que la regulación ambiental endurecerá los requisitos (posiblemente penalizando plásticos no reciclados) y que los costos tenderán a bajar con la escala. En este sentido, proyectos químicos se justifican como parte de una estrategia a 10–20 años para garantizar insumos circulares.
  • Escenarios con apoyos gubernamentales o sinergias industriales. Por ejemplo, si un país ofrece incentivos fiscales para innovación verde, o si hay facilidades como ubicar una planta de pirólisis junto a un complejo petroquímico que le suministre los residuos plásticos e integre el aceite en su cracker, entonces el reciclaje químico se vuelve muy conveniente. Países europeos están siguiendo este modelo de simbiosis industrial, y en Latam hay interés en replicarlo donde exista infraestructura petroquímica (Brasil, Argentina, México).

En pocas palabras, el reciclaje químico conviene para el “resto” de plásticos que el mecánico deja fuera: es la opción para lograr tasas de reciclaje más altas globalmente y para obtener material reciclado de máxima pureza. 

Como analogía, si imaginamos al reciclaje mecánico como una red de pesca de malla gruesa que captura los peces grandes (materiales fáciles), el reciclaje químico es la red de malla fina que captura lo que escapa – permitiendo acercarnos a una economía circular total en plásticos. Eso sí, conviene implementarlo donde tenga sentido técnico-económico y de forma gradual, integrándolo al ecosistema existente de reciclaje.

Fuente: https://www.plastico.com/